Un hombre ofrecen sus servicios de albañilería durante la pandemia por coronavirus, en la Ciudad de México. Foto Luis Castillo

Fernando Camacho Servín|La Jornada

 Domingo, 19 jul 2020 09:31

Ciudad de México. Perder el empleo, dijo en alguna ocasión el Nobel portugués José Saramago, es uno de los principales miedos de la gente, porque cuando eso ocurre, no sólo se dificulta nuestra propia capacidad de “intervención en la vida”, sino porque también implica perder algo de nosotros mismos: “somos lo que hacemos y lo que una persona hace es parte de su identidad”.

De la mano de la pandemia de Covid-19, este temor se cristalizó para casi un millón de personas en México. Según datos oficiales del Instituto Mexicano del Seguro Social, actualizadas al 30 de junio, en la primera mitad del año se han perdido 921 mil 583 puestos de trabajo en el país, de los cuales el 73 por ciento eran permanentes.

Para Ishell Cabrera, nutrióloga de profesión, el coronavirus significó el término de los contratos que por cuatro años tuvo en una dependencia de gobierno. Con ellos, se fue también la estabilidad que había logrado, sus aportaciones a la economía familiar y hasta sus planes para dedicarse a una de sus pasiones: el canto.

“Estaba a un día de hacer mi debut profesional y la fecha se pospuso. Nos regresamos a Tampico, donde trabaja mi marido, y yo me quedé en el limbo, dedicándome nada más a mi casa. Ha sido durísimo para mí porque yo estaba acostumbrada a ganar mi dinero. Me gusta aportar algo a la casa y no cargarle todo a mi esposo, y me entró una depresión tremenda porque sientes mucha impotencia”, cuenta.

Para salir del bache emocional y económico, Ishell está retomando su carrera como nutrióloga con consultas vía online –algo que nunca pensó hacer– y aprovecha sus momentos de introspección para valorar lo que sí tiene. “Han sido horas de llorar y llorar, pero esto te hace reflexionar, ensimismarte y pensar: ‘uno haciendo planes y la vida te cambia en un segundo’”.

Así le ocurrió también a Miguel Ángel Lona, quien ha sido maestro de inglés desde hace dos décadas. A mediados del año pasado, perdió su trabajo en una universidad pública, y justo cuando en febrero de 2020 empezaba a despegar su proyecto de dar clases por su cuenta, la pandemia hizo que sus alumnos dejaran en pausa los cursos por tiempo indefinido.

“Todo se vino abajo otra vez: perdí mis clases y mis ingresos bajaron entre 40 y 50 por ciento, porque algunos de mis alumnos se quedaron sin trabajo o tuvieron que reducir gastos. Moralmente me llegué a bajonear mucho. Trataba de verlo en perspectiva y decía ‘tengo más tiempo para mí y para mi hijo’, pero el dinero es importante, empecé a hacer cuentas y me preocupé bastante”, dice.

Aunque la situación comienza a mejorar a paso muy lento, Miguel tuvo que reformular sus gastos. “Si antes iba al súper dos veces a la semana, ahora sólo voy una, y compro menos cosas o artículos menos caros. Los niños están de vacaciones obligadas y eso disminuye gastos, pero tienes que pagar agua, luz, internet, comida. Todo sigue subiendo y tienes que ser muy precavido”.

Una experiencia de derrota y fracaso”

De acuerdo con el académico y sicopatólogo español José Buendía, la pérdida del empleo significa un grave problema social que tiene resonancias económicas y sicológicas, derivadas del hecho de que conseguir trabajo “es una expectativa social y cultural adquirida desde la infancia y reforzada a través de la influencia de la escuela, la familia y los medios de comunicación”.

Al insertarse en el mundo laboral, añade, el sujeto “accede a un nuevo estatus y una nueva identidad social. El desempleo interrumpe este proceso”, lo cual genera “una nueva experiencia de derrota y fracaso”, pues además de las afectaciones económicas obvias, echa por tierra las “funciones latentes” del trabajo, como imponer una estructura de tiempo, dar experiencias con gente fuera del núcleo familiar y vincular al individuo a metas y propósitos.

Por su parte, el investigador universitario Alfonso Bouzas, especialista en temas laborales, señaló en entrevista que la magnitud real del desempleo generado por la emergencia sanitaria es muy difícil de conocer, pues a los trabajos formales habría que sumarle los informales que también se perdieron, lo que da como resultado una cifra que “no tenemos ni vamos a tener”, pero que ciertamente es de gran magnitud.

Dicho escenario se vuelve todavía más difícil porque “en México no hay seguro de desempleo ni pensión básica, y a eso le sumamos que muchos empleos formales pasaron a la subcontratación, y esos subcontratistas van a desaparecer después de la pandemia, porque les es más conveniente cerrar una empresa y luego abrir otra con el mismo personal, pero con un nuevo contrato. Esto nos coloca en un escenario anárquico”.

Para enfrentar esta situación, considera el especialista, sería necesario estudiar opciones como crear un seguro de desempleo, establecer una renta básica mínima, no vincular el acceso a la seguridad social con la posesión de un trabajo formal e incentivar el sector social de la economía, en vez de apostarle únicamente a la reactivación de los sectores público y privado.

Aun así, calculó Bouzas, los efectos del desempleo podrían comenzar a atenuarse unos seis meses después de que termine la pandemia. “No quiero decir que en ese periodo ya estaríamos en la gloria, pero al menos deberían empezar a verse resultados ya en una nueva normalidad”.

“El presente artículo es propiedad de La Jornada

Camacho, F. (2020).El bache emocional y económico tras perder el empleo por la pandemia. La Jornada. Recuperado el 20 de julio de 2020 de: https://www.jornada.com.mx/ultimas/sociedad/2020/07/19/el-bache-emocional-y-economico-tras-perder-el-empleo-por-la-pandemia-6705.html

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