La violencia entre adolescentes, el machismo digital y la creciente deshumanización en la era de las redes sociales no son problemas exclusivos de una ciudad o un país. Son síntomas de una crisis global que se manifiesta en distintas latitudes y contextos. En este escenario, Adolescence, la nueva serie británica estrenada en Netflix, emerge como una de las ficciones más urgentes y poderosas del año, con el potencial de resonar en todo el mundo.
Con apenas cuatro episodios, la serie logra interpelar al espectador desde lo íntimo y lo estructural, poniendo el foco en un crimen adolescente que desencadena una espiral de preguntas incómodas: ¿por qué los chicos matan a las chicas? ¿Qué papel juegan las redes sociales y los discursos misóginos que circulan impunemente en internet? ¿Dónde fallan las familias, las instituciones, los adultos?
Aunque el drama se sitúa en una ciudad anónima del Reino Unido, su mensaje es universal. Historias similares, con jóvenes implicados en crímenes violentos, han tenido lugar en Estados Unidos, América Latina, Europa, Asia. El trasfondo es el mismo: masculinidad tóxica, vulnerabilidad emocional, violencia normalizada y una profunda desconexión intergeneracional.
“Me llegó al corazón. Pensé: ‘¿Qué está pasando? ¿Cómo hemos llegado a esto? ¿Qué está ocurriendo con nuestra sociedad?’”, expresó Stephen Graham, protagonista y productor de la serie, durante el estreno.
Inspirado por casos reales que estremecieron a su ciudad natal, como el asesinato de Ava White (12 años) en Liverpool o el de Elianne Andam (15 años) en Londres, Graham se alió con el aclamado guionista Jack Thorne para crear una obra que no solo retrata un crimen, sino que lo enmarca dentro de una crisis cultural que trasciende fronteras.
Un crimen y muchas preguntas
Adolescence narra la historia de los Miller, una familia obrera que enfrenta el colapso cuando Jamie, el hijo de 13 años, es arrestado por el asesinato de su compañera de clase, Katie. El relato se construye desde el drama familiar, pero también desde una mirada social más amplia: el aumento del uso de armas blancas entre jóvenes, la presión constante de las redes, el auge de contenidos misóginos y radicalizados.
En el Reino Unido, los asesinatos de adolescentes con cuchillo han aumentado un 240% en la última década. Sin embargo, este tipo de violencia se replica en otras regiones, como América Latina, donde los femicidios adolescentes van en aumento, o en EE. UU., donde los tiroteos escolares y el extremismo juvenil están en alarmante crecimiento.
Lo que distingue a Adolescence es su capacidad para retratar lo sistémico desde lo cotidiano. Eddie, el padre de Jamie (interpretado magistralmente por Graham), representa a tantos padres desconcertados, que quieren creer en la inocencia de sus hijos, pero que se ven desbordados por una realidad que no comprenden del todo.
La escena en la que Eddie encuentra el video del asesinato y luego, al final de la serie, acuesta el osito de peluche de su hijo y se disculpa con lágrimas en los ojos, es profundamente conmovedora.
“Lo siento, hijo, debí hacerlo mejor”, dice, abrazado a un símbolo de la infancia que se ha perdido para siempre.
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Actuaciones que conmueven y duelen
El elenco brilla por su autenticidad. Ashley Walters sorprende como el detective Luke Bascombe, aportando una actuación que él mismo describe como una experiencia catártica.
“Lloré casi todas las noches mientras leía el guion”, confesó el actor, quien en su juventud fue encarcelado por posesión de armas.
Junto a él, Erin Doherty encarna a la psicóloga Briony con una sensibilidad penetrante. Christine Tremarco es desgarradora como Manda, la madre de Jamie. Y la revelación más impactante es Owen Cooper, de solo 15 años, quien en su debut actoral da vida a Jamie con una fuerza interpretativa fuera de lo común: pasa de niño vulnerable a joven perturbado con una naturalidad inquietante.
Fatima Bojang y Amélie Pease completan el cuadro con interpretaciones igualmente emotivas, dando voz al dolor de quienes sobreviven a la tragedia.
Entre la infancia y el odio digital
La serie está construida sobre una estética realista que refuerza su potencia narrativa. Cada episodio fue filmado en una sola toma continua, sin cortes, bajo la dirección de Philip Barantini, generando una experiencia envolvente y casi claustrofóbica. No hay escape ni distracción: el espectador debe mirar de frente lo que muchas veces se prefiere ignorar.
Los detalles cotidianos –el papel tapiz infantil, el desayuno familiar, el rechazo de Jamie a una ensalada en su sándwich– se cruzan con la crudeza del encierro juvenil y los traumas visibles en los otros adolescentes detenidos, para recordar que estos victimarios también son, en algún punto, víctimas de un sistema fallido.
La raíz del conflicto está también en el espacio virtual. La serie explora el “manosfera”, ese ecosistema online dominado por discursos machistas, supremacistas y misóginos, que enganchan a miles de chicos vulnerables. Conceptos como “red pills”, “grupos de la verdad” o la “regla del 80/20” se difunden sin filtro entre adolescentes, moldeando su visión del mundo, del sexo, del poder.
“Los padres andan dando tumbos, sin entender nada”, sentencia el hijo del detective Bascombe en un diálogo que resuena con cualquier generación adulta desconectada del universo digital adolescente.
Una llamada global a la reflexión
Aunque Adolescence nace en el Reino Unido, su valor está en abrir una conversación que el mundo necesita tener. Porque los Jamie existen en muchas ciudades. Los discursos de odio viajan más rápido que nunca. Y las consecuencias de mirar hacia otro lado pueden ser devastadoras.
“No es solo ficción plausible. Es un hecho inevitable”, resume la crítica británica sobre la serie.
Con una acogida unánime por parte de la prensa especializada y una oleada de reacciones emocionales del público, Adolescence ya se consagra como uno de los dramas más importantes de 2025. No por su espectacularidad, sino por su verdad. Por recordarnos que detrás de cada estadística hay una familia rota. Y detrás de cada crimen, una historia que podría haberse evitado.