Mallorca vuelve a estar en el ojo del huracán turístico. En apenas una semana, el puerto de Palma ha recibido 23 cruceros, entre ellos cuatro megabuques con capacidad para más de 5.000 personas cada uno. Aunque el fenómeno no es nuevo, la escala y frecuencia de estas llegadas han encendido las alarmas entre colectivos ciudadanos, ecologistas y autoridades locales. La isla enfrenta una inminente invasión de “ciudades flotantes” que no solo colapsan sus calles, sino que ponen en serio riesgo su equilibrio ecológico.
La huella invisible del turismo masivo
Detrás de cada crucero que atraca en Palma se esconde una cadena de impactos ambientales de gran envergadura. Estos gigantes del mar, impulsados en muchos casos por combustibles altamente contaminantes, emiten toneladas de dióxido de carbono, óxidos de nitrógeno y partículas en suspensión, comprometiendo la calidad del aire en las zonas portuarias y urbanas. Según datos aproximados de movimientos anteriores, un solo megacrucero puede contaminar en un día lo mismo que miles de coches circulando al mismo tiempo.
Además del aire, los ecosistemas marinos de la bahía de Palma sufren las consecuencias del tráfico portuario constante: vertidos, residuos, ruidos submarinos y alteraciones en el hábitat de especies locales. Todo esto sucede mientras la infraestructura insular agua, energía, gestión de residuos se ve desbordada por una demanda artificial y efímera que poco aporta al comercio local real.
Un acuerdo insuficiente que se desborda
En 2021, se firmó un acuerdo para limitar las escalas diarias a un máximo de un megacrucero y dos buques menores, con un tope de 8.500 cruceristas por jornada. No obstante, este pacto ha resultado ser, en la práctica, más simbólico que eficaz. La Autoridad Portuaria de Baleares reconoce no contar con mecanismos precisos para contabilizar los pasajeros en tiempo real, y las cifras actuales más de 20 cruceros en solo siete días confirman un descontrol preocupante.
Lo más alarmante es que este ritmo podría mantenerse todo el mes: se esperan 65 cruceros solo en mayo, y más de 550 en total a lo largo de 2025. Con más de 1,8 millones de pasajeros estimados para este año, el modelo turístico basado en la masificación marítima vuelve a reproducirse sin un verdadero control medioambiental.
Una encrucijada para el futuro de Mallorca
Este tipo de turismo, lejos de ser sostenible, impone un modelo que prioriza los beneficios de unos pocos operadores frente al bienestar de la comunidad local y la salud del entorno. La “ciudad flotante” no duerme en Mallorca, no consume local más allá de souvenirs de escaparate y no participa de la cultura insular más allá de una foto exprés. Es un visitante masivo, ruidoso y, sobre todo, contaminante.
La urgencia de replantear este modelo es clara. Mallorca debe apostar por un turismo más reducido, consciente, regulado y sostenible, que ponga en valor su riqueza natural en lugar de explotarla hasta el límite. Si no se toman medidas firmes ahora, el futuro de la isla podría depender de lo que hoy se permita flotar en sus costas.